Comentario
Cómo el gobernador y su gente pasaron el río y se ahogaron dos cristianos
Este mismo día viernes llegaron los bergantines allí para pasar las gentes y caballos de la otra parte del río, y los indios había traído muchas canoas; y bien informado el gobernador de lo que convenía hacerse, platicado con sus capitanes, fue acordado que luego el sábado siguiente por la mañana pasase la gente para proseguir la jornada e ir en demanda de los indios guaycurúes, y mandó que se hiciesen balsas de las canoas para poder pasar los caballos; y en siendo de día, toda la gente puesta en orden, comenzaron a embarcarse y pasar en los navíos y en las balsas, y los indios en las canoas: era tanta la priesa del pasar y la grita de los indios, como era tanta gente, que era cosa muy de ver; tardaron en pasar dende las seis de la mañana hasta las dos horas después de mediodía, no embargante que había bien doscientas canoas, en que pasaron. Allí suscedió un caso de mucha lástima, que como los españoles procuraban de embarcarse primero unos que otros, cargando en una barca mucha gente al un bordo, hizo balance y se trastornó de manera que volvió la quilla arriba y tomó debajo toda la gente, y si no fueran también socorridos, todos se ahogaran; porque, como había muchos indios en la ribera, echáronse al agua y volcaron el navío; y como en aquella parte había mucha corriente, se llevó dos cristianos, que no pudieron ser socorridos, y los fueron a hallar el río abajo ahogados; el uno se llamaba Diego de Blas, vecino de Málaga, y el otro Juan de Valdés, vecino de Palencia. Pasada toda la gente y caballos de la otra parte del río, los indios principales vinieron a decir al gobernador que en su costumbre que cuando iban a hacer alguna guerra hacían su presente al capitán suyo, a que así ellos, guardando su costumbre, lo querían hacer; que le rogaban lo recebiese; y el gobernador, por les hacer placer, lo aceptó; y todos los principales, uno a uno, le dieron una flecha y un arco pintado muy galán, y tras de ellos, todos los indios, cada uno trujo una flecha pintada y emplumada con plumas de papagayos, y estuvieron en hacer los dichos presentes hasta que fue de noche, y fue necesario quedarse allí en la ribera del río a dormir aquella noche, con buena guarda y centinela que hicieron.